Tierra de sombras
Como ambientes sin nombre, los muros-frontera de estos espacios, inhóspitos, deteriorados, oxidados por el tic-tac de la herrumbre del tiempo, se nos aparecen con todo el color del carácter mediterráneo y sus excesos.
Puertas y ventanas alicatadas, herméticas, cerradas a cal y canto, donde domina el silencio pero se intuye la vida, con todos los olores y sonidos del verano de la infancia que ya pasó. Dentro-fuera, sin conocer a ciencia cierta el lado donde nos encontramos; interior-exterior, presente-pasado, símbolos en tierra de sombra, en terreno de nadie, pero a salvo, protegidos también por ese tiempo quieto, entre paréntesis, que es la vida en una estación.
Puede que el espectador se deslice por la exacta geometría de la instantánea, de la técnica, del color de las luces y sombras. Pero esa misma impresión, a veces asfixiante o común de los espacios de cada placa, es la que nos invita a situarnos fuera de ese tiempo muerto, más allá, en otros horizontes siempre iluminados. Un horizonte límpido y personal donde comprobar, no sin cierta decepción, que el tiempo de la vacación ya terminó, y que lo que nuestra certeza infantil creía que era infinito y eterno, sólo es un triste engaño que nos devuelve a la realidad en sombra de los días laborables, sin impedir por otro lado que, por los bordes, aquel que lo contempla (tamaña protección, muros y vallas, a salvo lo íntimo, encerrado, dentro), se deslice hacia un horizonte esperanzado y mágico, con la ilusión de escuchar de nuevo la risa de días en libertad, de juegos y amigos en pantalón corto donde sentir la placentera sensación al contacto de la tierra con los pies descalzos.
Tierra de sombra también es un colorante natural.